SIN MÍ


(...) A veces me acercaba a mi soledad, y entonces recibía esas miradas vacías acusadoras, esos alientos desalentadores en mi cuello. Me asusté. Quizá yo estaba equivocada y tenía que demostrar que sabía vivir como ellos: de espaldas a la soledad. Dejé de disfrutar mi soledad, de acompañarme a lugares que quería recorrer…La soledad se convirtió en una enemiga. Un día me desperté ahogándome y descubrí que estaba emparedada en un muro de muertos vivientes festejando que, al menos, no estaban solos. Quise salir, pero estaba más sola que nunca; impregnada de la única soledad que existe: estaba sin mí.

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